Limando Asperezas
Bien anciano, hoy que te parece si empezamos con una historia. Esta me fue contada por mi padre, par de meses después de instalar nuestras pertenencias.
Recuerdo perfectamente ese día, fue el día que el teléfono sonó por primera vez desde que lo colocaron en una pared junto a la escalera. Reconozco que cuando lo escuche pegue un brinco hacia detrás por la sorpresa.
Estábamos desayunando cuando ocurrió, así que mi padre se levantó a recoger la llamada. Yo, niño al fin, sentí un poco de curiosidad por el nuevo aparato aparentemente inútil que habían puesto hace unas semanas e intente seguirle. Detuvo mi movimiento apuntándome con su palma y desapareció por el umbral de la puerta.
Para cuando volvió ya me había embutido el pan, la leche y el jamón. Pero su cara se tornó gris al sentarse frente mí. No sé cómo llegamos a esto, pero luego de un rato intercambiando miradas me preguntó si me gustaban los cuentos. Y como si de la ´´buena pipa´´ se tratara no paro de insistir hasta que me lo conto.
Era algo como esto:
En tiempos lejano, una era de magnificencia donde los humanos convivían en armonía con su entorno. En un lugar donde siquiera los dragones más feroces alzarían con su mirada. Esa tierra se llamó Sárvia, tan hermosa y sagrada como el significado de su propio nombre ´´laberinto celestial´´. Nunca tuvo otro nombre, e incluso si lo tuvo eso ya no importaba, esta era su tierra.
¿De quién?, pues de quien va a ser, este era el hogar de nuestro héroe. Un hombre que por su labor fue conocido como piedra y por su pueblo, como amigo.
Hera un hombre que durante toda su vida dedico todo de ella a la protección del inocente, benéfico del necesitado, a la sonrisa del triste… Nada podría perturbar estas tierras si no hubiese nada en el mundo capas de tambalear el corazón de esta persona.
Mas, la confianza de sus líderes llenó de prepotencia sus acciones y no advinieron el peligro que se avecinaba. Los reinos norteños aliaron sus fuerzas y afilaron sus dientes. El Imperio caerá. Así se dijo en sus orillas.
Con orgullo el héroe alzó su espada, levanto en armas sus compañeros y tomo rumbo hacia la frontera. Los hombres pelearon sin ser hombres, aferrados a la vida y manos a sus espaldas. Con las alas doradas de la justicia a sus espaldas, aparecieron como verdaderos ángeles del campo de batalla. Y así bañaron el dorado de sus cuerpos en rojo, pero, sus manos cansadas, sus alas heridas y sus garras desafiladas terminaron mellándose ante la superioridad numérica de sus enemigos.
Nuestro héroe no se quedó atrás y recibió incontables heridas dirigiendo la retirada de sus hombres. Lleno de tallos rojos, como los que ningún hombre podría soportar, retuvo el tratamiento de sus hombres y pronuncio.
¡Traedme un caballo!
Enfrentando la negativa de sus hombres, se paró sobre su cuerpo en ruinas y montó.
¡Dispérsense! ¡Nos vemos en la capital!
Sin desobedecer sus tropas ensillaron y partieron.
Mucho tiempo duro la guerra después de aquello, pero en un lugar especial de la capital, una estatua de piedra recibía flores a suma de las oraciones que le profesaban. En ella se alzaba la figura del héroe, inmovible recuerdo de la esperanza que habían perdido y un símbolo de tristeza de todo su pueblo.
Cuentan que un niño se acercó a la estatua y pateó, pateó con fuerza y lágrimas en sus ojos. Mucha gente miró y acompaño su yanto.
¿Por qué te fuiste?
¿Por qué nos abandonaste?
¡¿Por qué tuviste que morir?!
Entre llantos desconsolados las palabras salieron de su boca. Ese fue el día en que todo quedo claro. Perderemos esta guerra.
Pero con ojos asombrados, al consejo llegó un anuncio.
La cuadrilla enemiga del Oeste a caído.
Parados de sus sillas, todos los ancianos objetaron imposibles en la noticia. Mas uno de ellos, un hombre siego al cual todos escuchaban por sabio dijo ´´Hemos ganado´´. Aun así nadie interpretó sus palabras, le dieron por loco y continuaron sus discusiones.
Medio año más tarde de lucha, la retirada del este, fue considerada la mejor estrategia posible para flanquear al enemigo. Las tropas caminarían al suroeste aprovechando las condiciones del terreno y planearían la emboscada. Cuan estúpido fue suponer que las estrategias desesperadas lograrían su objetivo.
Al llegar al lugar acordado, los bosques se convirtieron en el mejor refugio que pudieron encontrar, dispersaron la vigilancia y ocuparon un viejo castillo abandonado como base central. Tiempo después sin necesidad de esconderse una cuadrilla enemiga se les abalanzó frontalmente. El oficial a cargo ya sabía esto y celebro anticipadamente su victoria. Salió de la sala de mando y a los pocos segundos la lluvia de puro fuego terminó diezmando su contra ataque.
El castillo ardió en llamas y más de uno soltó su arma en busca de compasión por haberse rendido. Este ya era el colmo, habían sido delatados y no pudieron cumplir con su labor de mantener ocupado al enemigo.
De la nada, en medio de la contienda, aparecieron… 13 guerreros que convivían con el fuego como si de un buen amigo se tratara. Cargando espadas que solo ellos podrían portar y las alas en su espalda teñidas de rojo, arremetieron de frente al enemigo desde todos los flancos.
Destrozando y acabando con todo como demonios inhumanos terminaron logrando la dispersión de sus tropas, fue entonces cuando ocurrió. En medio del campo de batalla un jinete en su corcel atravesó hacia el castillo, terminando con todo en su camino. Desmontó, miro a sus tropas y empezó a vociferar:
´´¡Patético! ¡Lamentable! ¿Y ustedes se creen a sí mismos dignos de su tierra? ¡Qué estupidez! ¡Mire! Allí solo hay 13 hombres, ¡Bastan! ¡Con ellos basta! ¡¿Saben por qué?! Porque allí hay trece espadas que defienden su patria, trece armaduras que protegen al débil, trece pares de pies que caminan hacia un futuro. Allí hay trece hombres que por su fuerza de voluntad no moverán siquiera un pelo por temor al enemigo. Con todo eso ya no son 13, son miles y se los están demostrando. ¡Entonces! ¡¿Cuál es su respuesta?!´´
Levantando su moral de esa manera, todos los que habían soltado las armas las recogieron, todo el que había caído en desesperación terminó con los ojos más vivos de la contienda y de esa manera todos empezaron a alabar su regreso, el héroe había vuelto. Pero, en medio de la bullente alegría un niño que había dejado de serlo al tomar su espada se le acercó y le cruzó la cara de un golpe seco de su puño. El héroe no intento esquivarlo y sin decir una palabra inclinó su cabeza.
Esta batalla quedaría guardada por siempre en la historia, este fue el día en que sus atacantes lamentarían haber subestimado a este pueblo.
Tres meses más tarde es día de fiesta, habían ganado la guerra y la capital rebosaba con alegres cantos de júbilo. Aunque… Sus salvadores, los trece héroes y su comandante, no permanecían entre su público. Ese era su día y se lo estaban perdiendo, hoy el pueblo añoraba celebrar a sus héroes.
Pero esa noche, un niño al que la espada convirtió en hombre dirigió sus pasos hacia el sitio donde todo había comenzado. Mas parado ante la estatua sus piernas le impidieron moverse.
El monumento de piedra estaba completamente destruido en pedazos, los cuales yacían repartidos por todo el lugar sin sugerir algún patrón específico. Y allí, sentado en la base de mármol, una figura inmóvil permanecía con la cara seria mirando hacia adelante.
El soldado se detuvo y lloró. Lloró porque entendía lo que estaba viendo. El sol a sus espaldas empezó a calentar su nuca mientras amanecía el nuevo día. Y como él varias personas fueron llegando al lugar, formando fila frente a su figura sin nadie pudiese avanzar. Pronto el sol tomo su punto más alto y ya toda la ciudad se reunía en frente a la estatua y para cuando empezaba a caer la noche cada persona en el país e incluso los líderes del consejo se encontraron frente a la escena.
Ese día nadie se atrevió a adelantar un solo paso, la noche se tragó sus penas y las velas empezaron a poblar el lugar. Un anciano ciego que estaba entre la multitud fue el primero en adelantarse, este se acercó lo suficiente como para casi rosarle con el bastón y dijo…
´´Gracias´´
Nadie tuvo el valor de moverle así como nadie nunca sería capaz de hacerlo. De esta manera los ciudadanos construyeron a su alrededor con piezas de sus placas, las armaduras de cada guerrero y sellando el ultimo agujero con un escudo de plata tallaron en el su homenaje. “El hombre que nunca nadie pudo mover”
Bueno…más o menos creo que así iba, es verdaderamente una estúpida historia. Pero cuando terminó de contármela yo ya tenía un nuevo héroe.
-Ciertamente no esperaba esto. Disculpa, no estoy criticando ni nada. Es que me cuesta enlazar al tú de ahora con el que he escuchado y con el que me estas contando.
-Si… aquellos fueron buenos tiempos. Que puedo decir, que tire la primera piedra quien nunca allá sido niño, sería algo como eso. Me gustaría poder hablar sobre eso un tiempo más, pero no es como si te fuese a contar cada detalle… aunque no es como que pudiera.