Take the World — Prólogo

Take the World — Prólogo


Nota del autor:

Hola a todos, les escribe Schzender. Este es un nuevo proyecto, aunque estoy seguro de que muchos esperan el tercer volumen de «No soy el Héroe», lamentablemente todavía está en proceso. Espero que les agrade esta historia al menos un poquito.


 

Take the World

Prólogo: El creyente

 

Ve, vuela, tómalo todo, el mundo te pertenece; has pagado el precio en hierro y sangre por él. Has dejado tu alma y brindado en la sangre de tus enemigos. Has sido el mazo que cae y destruye castillos, ahora ve y vuela lejos, mi pequeño cuervo. Ve por los que se han escapado…

 


 

La aldea ardía en llamas, la sangre corría mezclada con el pequeño arroyo tras los cultivos. Erín y Madre han muerto, Padre probablemente también. Aún recuerdo… cómo escape…

 

—Ikrev, ¡corre al bosque, ahora!

 

Gritó Madre. En mis pocos años de vida con ella, jamás la había oído gritar, ni aún cuando más se enojaba.

 

Esa tarde, las antorchas brillaban desde los árboles en el bosque cercano, aullidos salvajes se oían en la distancia, ¿lobos?, ¿coyotes? Ninguno, los animales no llevan antorchas.

 

Nunca desobedecí… Yo, nunca lo hice.

 

Corrí con todas mis fuerzas al frente, lejos de las luces… El bosque nos rodeaba casi por completo excepto por el puente que cruza el río, una de las pocas entradas a nuestra aldea lejana de toda tierra conocida.

 

Llegué hasta las primeras líneas de árboles antes de oír los gritos… Me desoriente, el aire era pesado y mi cuerpo perdía fuerzas.

 

¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Hacia dónde debo ir? Tantas preguntas en un momento donde no se debe preguntar.

 

Yo nunca desobedecí, nunca lo hice.

 

Mi aliento de pronto se detuvo, el aire ya no entraba, estaba solo. Caí desplomado observando hacia la copa de los árboles. Las pocas migajas de luz que aún estaban conmigo me dejaron ver algo, ahí mismo sobre una rama, un inmenso cuervo me observaba, su mirada fija en mí me hacía temblar; me daba miedo que me atacara, como todo el mundo había oído de lo mucho que le gusta picar los ojos de los moribundos.

 

Cerré los ojos unos instantes mientras trataba de calmar a mi atribulado corazón… El ruido del metal entrando en contacto con metal llegaba a mis oídos, fuerte y raudo junto a los gritos de guerra de quienes peleaban. Padre fue uno de los primeros en tomar su espada, aunque era un antiguo escudero del lord local, esta aldea hacía mucho que no veía a tal lord. Con la guerra y todo lo demás el asunto parecía complicado, hasta que llegaron estos salvajes, vistiendo extrañas armaduras y hablando un lenguaje desconocido.

 

Gritando y maldiciendo en su lengua, estos salvajes estaban demasiado bien armados como para ser bandidos, demasiado organizados para ser desertores. A mi parecer, son un ejército extranjero… Pero ¿por qué vinieron de tan lejos? ¿Qué vale la pena saquear? Por la razón que sea, esta gente llegó de donde nadie sabe y encontró nuestra aldea muy perdida en el tiempo.

 

Al abrir los ojos, el cuervo ya no estaba en la copa del árbol, pero un anciano de pie, a mi lado, me observaba en su lugar; sus nublados ojos que no brillaban se posaban en mí, como si pudiera verme.

 

—¿Qué nos ha traído el tiempo?—resonaron sus secas palabras, susurradas al viento.

 

Como si el bosque le respondiera, una suave brisa arremolinó las hojas y meció las crujientes ramas de los árboles.

 

—Ikrev, eh… Lo entiendo, lo llevaré —respondió el anciano a lo que nadie dijo en el bosque.

 

Esos fueron mis últimos recuerdos antes de quedar inconsciente.

 


 

El viento soplaba apaciblemente, podía escuchar el claro sonido del *clop, clop* de los caballos andar. Mi cuerpo se mecía de un lado a otro, llorando en dolor aunque no podía gritar ya que estaba desprovisto de toda fuerza.

 

—Oh, has despertado —escuché una voz.

 

—¿Dónde estoy? ¡Mama! ¡Papa! ¡Erín! ¿Qué le sucedió a la aldea?

 

—Son demasiadas preguntas, para pocas respuestas…

 

—¡Por favor! ¡Tengo que saber! —rogué mientras hacia el esfuerzo de levantarme, pero un punzante dolor se dirigió directo desde mi espalda hasta un lado de mi vientre; había sido alcanzado por una flecha. Vendado de lado a lado me encontraba y el horror de no comprender completamente el panorama me ardía aún más que la misma herida.

 

—Pequeño Mistios, no sé qué pudo ser de aquellos a los que querías, tu aldea ya no existe. Los caballeros con máscaras, de roja armadura y llamas tras sus pasos, la destruyeron.

 

—Ellos… ellos… ¿han muerto?

 

—No lo sé, Pequeño Mistios. ¿Qué es lo que crees tú? Eso es lo importante. Pueden no vivir, pero estar siempre contigo o puedes dejarlos ir, es tu decisión.

 

La carreta tirada por caballos se acercaba a lo que parecía ser un pueblo, oculto entre los árboles. Algunas gruesas paredes de madera podían apreciarse, crudas sin ningún revestimiento o arreglo, solo con musgo para cubrir los huecos e impedir que el frio se filtre dentro.

 

Poco a poco ingresé en la comuna, donde un gran edificio se ubicaba en el centro, tomando la mayor parte del espacio.

 

-Baja, Pequeño Mistios. Ve a la casa grande, te esperaré ahí. —dijo el anciano señalando a la casa comunal.

 

Al bajar de la carreta, el dolor punzante me atacó nuevamente, pero entendí de inmediato que nada podría lograr si solo me quedara quejándome por mi dolor. Caminé lentamente por el centro terreno que estaba marcado por las antorchas, la luz poca del sol apenas si podía con la densidad del bosque, solo algunos claros iluminaban un poco de camino, el atardecer no ayudaba en nada.

 

A mi alrededor las personas que vestían telas viejas o pieles curtidas de animales del bosque me observaban, a su vez el graznido del cuervo me llegó desde delante, sobre la casa comunal esta criatura me llamaba; sus ojos se posaban en mí y tenían cierta carga, como si yo lo fuese a entender todo una vez que entre en ese lugar.

 

Aparté las pieles que tapaban la entrada y ahí estaba él, el anciano de ojos muertos, sentado en un trono de madera junto a dos grandes braseros ardientes, su capa negra adornada con plumas de igual color solo resaltaba todavía más la palidez de su piel arrugada.

 

—Ven, Pequeño Mistios. Deja que te vea.

 

Seguí caminando, las danzantes llamas me atraían, decían mi nombre… Antes de siquiera darme cuenta, estaba frente al anciano de ojos blancos.

 

—Pequeño Mistios, estás ante el Patriarca, di tu nombre —dijo un hombre que de la nada apareció, vistiendo una cabeza de lobo sobre la suya.

 

—Ikrev… Mi nombre es Ikrev.

 

—Pequeño Mistios, eres bienvenido ante el Patriarca, que los espíritus bendigan tu hallazgo. Que los espíritus guíen esta reunión —dijo y desapareció en un denso humo de color negro que produjo la gran fogata a cada lado del trono.

 

—Pequeño Mistios, ¿deseas vivir?

 

—Yo… yo lo deseo —respondí sin más nada que dudar.

 

Sentí en mí el calor del abrazo de mi madre, la fuerza de mi padre sosteniendo mi espalda y ayudándome a mantenerme de pie. El agradable y sonoro pasar de la voz de mi hermana, calmando mi atribulado corazón.

 

—Entonces, tú, Pequeño Mistios, debes aprender —dijo y arrojó unos trozos de cuerda ante mí.

 

-Si el Pequeño Mistios quiere vivir, debe comer y por lo tanto traer su comida. Si el Pequeño Mistios quiere beber, ha de buscar los ríos y manantiales, proveerse del líquido preciado. Si el Pequeño Mistios sufre del frío, ha de buscar cobijo, construir su hogar y encender la llama que trae a los espíritus protectores. Pequeño Mistios, debes aprender a vivir —dijo el anciano, y se marchó.

 

No sé qué sucedió, pero solo puedo creer. De otra forma… de otra forma ya estaría muerto.

 

Nunca desobedecí… yo, nunca lo hice.


Autor Schzender

Editor Lykanos