Estoy realmente intrigado, por la emoción que siento en este momento, no es odio, ni preocupación, ni siquiera pena, lo que siento como producto de mi primer homicidio solo lo puedo considerarlo curiosidad. Curiosidad por el destino que me codena el recién crimen, curiosidad por la suerte del cadáver que tan dócilmente se postraba ante mí y en último lugar curiosidad por sentir esa curiosidad.
Me pregunto, si este es el sentimiento correcto, para mostrar en el instante en el que por fin se logra el objetivo que ha marcado tu vida los últimos 4 años, los cuales destine en mi entrenamiento. Pensándolo tampoco le puedo exigir bastante a la imagen que se muestra ante mis ojos. Me encuentro en el tercer piso de una posada, recubierta de madera y de puerta una cortina que apena puede otorgar algo parecido a la privacidad. La cama es poco más que una tabla envuelta en tela, y a su alrededor hay unos cuantos sacos de cueros, que no tengo ningún interés de revisarlos posteriormente.
Frente a mí se encuentra el florete que me fue otorgado por la iglesia, los llaman ejecutores por su función de ejecutar la sentencia de dios. Pero para aquellos que poseen la experiencia de usarlos continuamente en combate adquieren un nuevo nombre “legisladores’’ porque al momento de blandirlos ellos crean su propia ley.
La blancura del acero del florete contrasta con las negra manchas de la sangre que se iniciaban a coagular sobre la hoja de plata. Más adelante, el propietario de aquella sangre, solo está cubierto por una toga de blanca tintura que le cubre hasta las rodillas, posee una gran mancha de sangre en su vientre al costado derecho.
Aunque abrir el cuerpo de un humano es una técnica que solo nigromantes se atreverían a realizar, la experiencia de sin números de combates te guiaban a partes vulnerables del cuerpo y a conocer el efecto de los ataques en aquellos sitios, o aquello proclamaba los instructores.
El no merecía una muerte rápida, por aquella razón dirigí mi acero hacia aquel punto, el efecto un lento y constante desangrado, me disculpo en mi mente por aquel que tenga que realizar la limpieza en el futuro cercano, la sangre entra por las rejillas de las tablas, en este momento ya debió encontrar una abertura hacia la segunda planta.
Desciendo mi mano para recoger unos círculos de diferentes metales con enmarañados diseños en ellos, estos sellos me colocan al nivel de poder combatir contra poderosos magos, me permite canalizar mi mana para realizar sorprendentes efectos. Con ellos puedo cumplir las divinas declaraciones que la iglesia consigna en mi humilde persona.
Al inicio del combate active y le lance dos de ellos, uno estaba sobre su estomago reconozco el símbolo de reducción de magia, el sello tiene como función reducir los efectos mágicos y aumentar la dificultad de realizar sortilegios. Ante rivales fuertes solo logra retrasar unos cuantos segundos su ataque, para mí solo hace falta eso.
El segundo casualmente esta en el suelo al lado de su boca, su labor reducir el sonido. Los guardo en pequeños sacos de terciopelo que cuelgan en mi cintura, de mi bolsillo trasero retiro un pequeño pañuelo blanco con una cruz negra en el centro. Con el limpio mi florete, retirando tanto la sangre como el veneno paralizante que le aplique al filo con anterioridad.
Yo quería que se quedara mirándome mientras tomaba su vida. Que reconozca a quien estaba reclamando su sangre.
Esta obra es mi estilo, semanas de preparación para solo un instante en el escenario; Una aplicación perfecta de los conocimientos que me fueron impartidos por la inquisición. Y tal como se reconoce el autor de una pintura por las técnicas empleadas en ella, del mismo modo se reconoce al inquisidor, por su actuación.
Luego del primer vistazo, mi mirada se concentra en una cadena de plata que encierra su cuello, continuo el camino con mis dedos hasta llegar a una cruz debajo de su manto, la libero del vestido y miro con la débil luz de la penumbra el diseño.
Comienzo a apretar la cruz con mis dedos al reconocerlo, accidentalmente corto mi índice con uno de los bordes de la figura, cubriéndola parcialmente de mi sangre. Mi curiosidad se transforma en odio, la razón de aquello la cruz que el cadáver portaba solo la pueden llevar los obispos. Un puesto tan alto en la iglesia que solo cardenales puede superar. Lo retiro rápidamente, es obvio que esta carne en proceso de descomposición que era su anterior custodio no lo merecía.
Recuerdo lo difícil que fue superar la vigilancia de sus guardias, pero tras un constante seguimiento se evidencio un vacio en su defensa. El que es ahora un cadáver poseía un atroz gusto de realizar actos inmorales con pequeñas cuya desaparición nadie extrañaría. Y aunque pocos miembros del clero practican el celibato y se les permite el matrimonio mientras sean consecuentes con sus responsabilidades. Lo que aconteció con esas niñas después, solo demonios podían aprobarlo.
Lo anterior, lo obligaba a buscar la clandestinidad para poder consumar tan asquerosos eventos, de ahí no es tan difícil interceptar a una joven, pagarle a un posadero, entrar a un cuarto y esperar un rato. Luego tomar todo lo que pudiera identificarlo y dejar que los peligrosos barrios del sur hiciesen el resto.
Volví a su cara y coloque otro sello en ella, surgió un destello por el uso de la mana, pero cuando rectifique, ningún cambio en su rostro. Era imposible confundirlo, su cicatriz que se extendía debajo del oído, sus arugas en la frente, el pálido cabello gris que cubría el resto. Idéntico al panfleto que recibí con anterioridad, mi objetivo estaba cumplido.
Posteriormente procedo a la apertura de una carta, que el alto clero me indico solo abrir en caso de éxito; Aquí se señalaba la próxima misión a cumplir.
«Rathiel Violl, has sido designado para el cargo de editor en el Reino de Excalibur. Tu primer objetivo hay será ‘Aventurero Rango A’ hasta nuevo aviso, que tu obra agrade a los Dioses actuales y futuros «