Yo no tengo miedo pues la muerte es mi aliada, ha tomado de mi mano tantas veces que el agrisar de mi alma apenas y entona su brillo. Echo ambiguo, el que algunos llaman inicuo o primordial al momento en que ese tan callado reloj comienza a detener sus rítmicos compases. Con los ojos serrados, hoy soy capaz de escucharlo, Tic tac, es la señal, Tic tac. Con el monorrítmico toque en mis viejas pieles las puertas de la mente se abren por primera vez en mucho tiempo, ¿cuánto tiempo hace que no las veía? Aquellos marcos cóncavos, manchado con el cobrizo y desgastado color del bronce, adornado con pulida y reluciente plata, e incrustadas en su relieve diversas y variadas joyerías de calidad, que ignorando los grandes pomos dorados adormecían aquel que la viese con el recuerdo efímero de la noche estrellada. Sin la presencia de algo tan conveniente como una aldaba, acerqué mi mano y golpeé con fuerza, nada ocurrió, azoté nuevamente y junto con el dolor de mis nudillos las bisagras chirriaron. Blanco puro envolvió mi cuerpo y caí.
Con la luz el umbral me canta, recuerdos míos, de esta vida y las pasadas atiborran mis ojos, segundos después hay un sonido conocido. La luz se atenúa y levanto la vista, frente a mí pasto, a mi espalda un árbol, a mi lado un niño. Un vago atisbo de costumbre tomó palabras y pronunciaron en mi mente “Otra vez el mismo sueño” esa voz, quizás mía quizás no, desgarró la pausada escena. Con silencio roto, el viento sopló una vez más y la motriz de los engraneres permitieron que en un lugar lejano cierto molino de viento oscilara. Miro a mi izquierda y el chico asía hábilmente un tosco madero, haciendo que los pequeños guindajos de hojas silbaran y que el pasto bajo sus pies cicatrizara el dibujo de su osca danza.
Luego de un rato este se voltea y me mira, el viento detuvo su avance y aquel molino viejo dejo de chirrear. Miro a sus ojos, en los cuales tan azules como el mar perdía mi atención. Algo pareció empujar mi espalda y alcanzando una segunda rama del suelo corrí hasta él. Ya frente por frente miré su figura y luego la mía, brazos cortos, piernas menudas, manos pequeñas y pocos músculos, “¿Este de verdad soy yo?” me cuestioné. Pero no tuve tiempo para convencerme a mí mismo de este hecho antes de ser obligado a reaccionar por los constantes ataques de aquel niño. Pronto estaríamos intercambiando golpes incoherentes y en mi rostro se enmarcó la sonrisa. No pasaría mucho antes de quedar agotados y aquel tierno pasto que adornaba la vista nos sirvió de almohada.
–Me convertiré en un %”&$&, me ayudaras $&%·–Dijo él. Poco entendí del galimatías que salió al mover sus labios, pero al parecer, mi yo actual no le importaba, una emoción sin fin exprimió mi pecho y oculté mi alegría tras las puertas del sarcasmo.
–Si te dejara solo morirías joven. Corrijo; más joven.
Es un momento tranquilo, quizás demasiado tranquilo. “Ahora es que sucede verdad”, no era nuevo, lo he visto antes y cada vez es lo mismo. Como si el mundo viviese mi pensamiento, la realidad fue partida y como un vidrio la tierra se abrió, los cielos se cortaron, el sol oscureció, los vientos arremolinados destrozaron el pasto y arrancaron el árbol. Toda una catástrofe y lo próximo que vi al abrir los ojos era como el chico tomaba mi mano, aferrado a una raíz de nuestro leal compañero e intentando subirme. Aun con todo el desastre en marcha este muchacho me apretaba con fuerza, mi mano dolía y tallado en mis ojos vi claramente como la raíz comenzaba a ceder, bajo mis pies una caída, que si bien era oscura sobresalía antinaturalmente una cúpula, intentando tragar, tragarlo todo…
–¡Vive! –Dije.
Una especie de onda se arremolino en mi mano y de un estallido impulsó nuestras masas en sentidos opuestos. ¿Qué hice…? Ni yo mismo lo sé. La ultima visión de este sueño es mi caída, tan grande que parece infinita, tan oscura que parece la noche, tan sola que me recuerda al espejo… Sigo cayendo hasta que el viento me deja, sigo cayendo hasta que la altura desaparece, sigo cayendo hasta que me veo a mí mismo, un yo que soy yo, aunque el yo de este momento no sea yo mismo. Miro mi cara y arrugada en pieles choco con ella, acto seguido abro mis ojos y despierto en la cama.
Mi mirada perdida examina mi entorno y observo mis aposentos. Extravagantes telas bordadas visten mi cuerpo, que tendido en mi cama yacían las mejores almohadas, en mis paredes adornos de oro, mi suelo pulido de mármol, la puerta en mi izquierda de hermosa madera. Miro y por más que lo hago me repito, “esto es mío, esta es mi casa”, impropio el sentimiento que nació de esa expresión, mi casa…Muevo la cabeza y a mi lado un hombre sentado sale disparado, busco en mis memorias y lo recuerdo, es aquel chico que ayudé hace años, dijo que se volvería alguien de ayuda y termino siendo médico para no defraudarme. Abriendo la puerta a gritos de “¡Despertó!” una bulliciosa aglomeración de personas vestidas con grandes y vistosas telas irrumpía en la habitación.
De niños a ancianos miraban en mi dirección. De viejos camaradas a familia y nietos, compatriotas y antiguos enemigos algunos. Tan lleno está mi cuarto que recostado en mis cojines no alcanzaba a verles los pies. Era feliz, he tenido una vida larga, muy larga de hecho. Asustados todos miraron como en un último esfuerzo me senté en la cama, era gracioso. La sensación entumecida de aletargamiento recorría como un calambre cada centímetro de mi cuerpo, se sentía tan arraigada a mí que me hiso revivir momentos en los que las cicatrices sobre este fueron marcadas. Mis pies me acercaron a la ventana y oh, mi pueblo, tan fiel y digno hoy se arrodillaba en las calles juntando sus manos, rezando por mí.
Desvío la mirada y me encuentro cara a cara con mi primogénito. Engendrado tarde debido a mi constantemente ocupada agenda apenas y rosaban sus cuarenta, alcé mis manos y le así en un fuerte abrazo. Nadie hablaba, nadie se atrevía a hablar, las lágrimas goteaban por sus caras y asentí par de veces en su dirección. “Nos veremos pronto”. Con esas palabras la luz fue lustrando mis ojos hasta desaparecer en un parpadeo. “No tiene remedio, he vuelto a morir”